Otra vez en la antesala a mi cumpleaños.
El año pasado estaba planeando qué maratón correr para festejar mis 40 años. Recuerdo haber pasado muchas semanas leyendo reviews de los maratones más recomendados, más raros, más desafiantes, más hermosos, y claro, ¡yo quería correr todos! Esa búsqueda amplió mi perspectiva sobre los maratones más allá de los deseados mayors. El maratón de Barcelona se celebraría en la fecha más próxima al día de mi cumpleaños, pero no lo planee con la suficiente anticipación ni para el entrenamiento ni para el gasto que supondría. Y es que viajar para correr no es cosa sencilla, hay muchos detalles que cuidar, y mucho que ahorrar. Pero quedaba fuera del presupuesto, y lo descartamos.
Mi coach me contó que estaba planeando correr el maratón de Vancouver con dos compañeras más del equipo, Ili y Faride, y que él sería el pacer para que ambas rompieran su marca y lograran clasificar a Boston. Yo ya había corrido el maratón de Vancouver en 2016 (puedes leer la historia aquí) y no me emocionaba particularmente repetir escenario, con todo y que me encanta la ciudad y el maratón tiene unas vistas espectaculares. Sin embargo, el que mi coach fuera el pacer para estas chicas que además están dentro de mi categoría de edad, hacía toda la diferencia, porque ¿Qué corredor no sueña con correr Boston por clasificación? Así que me inscribí, y ese sería el maratón con el que festejaría mis 40 años.
Sobra decir que no hubo maratón de Vancouver, ni festejo de mis 40 y que dadas las circunstancias actuales no tengo una fecha próxima para correr un maratón, y tampoco festejo programado.
Así que aquí estoy un año después, a unos días de cumplir años nuevamente, pensando en que este año quiero regalarme una maceta, una planta y una canasta para poner mis cosas de yoga. Y que todo lo quiero poner al lado del sillón que está en mi habitación, al que le da la luz del sol por las mañanas. Y tengo esta imagen en mi cabeza de cómo quiero que se vea ese espacio, y cuando imagino ese espacio siento en el centro de mi pecho una sensación de paz y armonía que me inundan, que en realidad es lo que espero lograr con la construcción de mi espacio.
Si, una enorme diferencia entre celebrar corriendo un maratón, y celebrar poniendo bonito mi espacio. No significa que no quiera correr un maratón este año, ni que haya dejado de correr, ni que ya no quiera clasificar a Boston. Significa que hoy soy distinta, y que hoy prefiero la sencillez, hermosura y calidez que una planta le da a mi entorno. Significa que hoy prefiero disfrutar mis espacios, embellecerlos, porque además, paso mucho tiempo en mis espacios dadas las circunstancias actuales. Las cosas simples, sencillas, básicas, que podemos controlar, han tomado un nuevo significado, no se si para todos, pero si para mi.
Siempre he pensado que parte de lo complejo de esta situación de encierro a la que nos ha orillado el problema de salud mundial actual, es que dejamos de estar afuera para tener que estar adentro, no solo en sentido literal, sino también en sentido metafórico. Al tener que “dejar de estar afuera” nos encerraron en nuestro espacio con nuestra familia, “obligándonos” a convivir más que en cualquier otro momento de nuestra vida no solo con nuestra familia, sino con nosotros mismos. Y entonces las cosas empezaron a complicarse, porque nos dimos cuenta lo poco que nos gustaba estar con nuestra familia o nuestra pareja, y peor aun, lo poco que nos gustaba estar con nosotros mismos.
Cuando estamos entretenidos, ocupados, interactuando en el café, probando nuevos platillos en el restaurante, embelesados viendo una película en el cine, no tenemos tiempo, ni ganas, ni necesidad, de entrar en contacto con nosotros mismos. Estamos “cómodos” con quienes somos en esas actividades porque nos vemos bien, tenemos dinero para pagarlas, tenemos un trabajo, las cosas van medio fluyendo con la pareja o no estamos solteros y eso ya es ganancia.
Pero si quitamos todas estas actividades, ¿qué nos queda? Convivir con nuestra familia/pareja y con nosotros mismos. Y entonces te das cuenta de todos los “detallitos” que hay en tu relación de familia/pareja y que no te gustan. Y que miedo asomarse a los “detallitos” que te van saliendo a ti también. Ante las situaciones de cambio, nuestro cuerpo entra en estado de alerta de forma natural, porque no sabemos lo que va a pasar, y entonces las sustancias químicas en nuestro cerebro (neurotransmisores) empiezan a dispararse y a generar cambios en nuestro estado de ánimo, que a veces ni siquiera nosotros mismos entendemos, ni queremos entender. Nos sentimos angustiados, preocupados, enojados, tristes, frustrados, encerrados, con incertidumbre, con miedo, iracundos, con ganas de llorar y tirar la toalla, y además los niños están gritando, o el marido ya te preguntó por tercera vez donde está el azúcar, o el perro no deja de ladrar. ¡Auxilio!
Si. Es demasiado.
Pero es lo que hay. Y hay que sobrevivir a ello. Y crecer. Aprender. Evolucionar. Transformarnos. Porque entonces ¿qué de bueno le estamos sacando a esta situación actual si no es para construir una mejor versión de nosotros mismos?
Entonces, me descubro aquí, un año después a punto de celebrar mi cumpleaños nuevamente, con un montón de aprendizajes que son mi mejor regalo de mi para mi, y los escribo como una forma de hacerlos tangibles y no olvidarlos, darme cuenta de mi propio cambio y mi propia evolución, y para compartirlos contigo por si te sirven de inspiración:
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Soy responsable de mi.
En todo sentido. Soy responsable de cuidarme, alimentarme, ejercitarme, tomarme la pastilla para el dolor de cabeza, dejar de comer aquello que me irrita el estómago. Soy responsable de mis emociones. Soy responsable de mi economía. Soy responsable de mi estado de ánimo. Soy responsable de mis excesos. Soy responsable de mis carencias. Soy responsable de mi crecimiento. Soy responsable de mis pensamientos. Soy responsable de mis acciones. Soy responsable de mis no acciones. Y entonces cuando me doy cuenta realmente de toda esta responsabilidad, dejo de andar tirando culpas, y señalando a otros por cosas que yo no hice o dejé de hacer. Es muy fuerte, pero muy liberador. ¿Y saben qué? Haciéndonos responsables de nosotrxs mismos le quitamos un peso de encima a nuestra pareja también, y las cosas mejoran. Porque el/ella deja de sentirse responsable por nosotros, como mamá de hijo pequeño. Considera que ser responsable de ti no es solo una frase bonita, son acciones que van en coherencia con esa declaración, y las acciones a realizar pueden no ser fáciles, pero hay que hacerlas para tomar responsabilidad sobre nosotros mismos.
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Mis emociones, como las tormentas, son pasajeras
Cuando estamos felices, queremos que esa felicidad dure eternamente. Cuando estamos tristes, creemos que vamos a estar tristes toda la vida. Y crecemos sin saber enfrentar nuestras emociones, creyendo que las emociones deben negarse, ocultarse o tratar de cambiarse, en vez de reconocerlas, abrazarlas y dejarlas ir. No esta mal enojarse. Enójate. No esta mal llorar. Llora. No esta mal estar triste. Puedes estar todo lo triste que quieras. Solo ten cuidado con las ACCIONES que llevas a cabo estando en esa emoción, porque puedes dañar, herir, lastimar y arrepentirte de las consecuencias de lo hecho. Vive tu emoción, reconócela, abrázala y déjala ir. Tampoco te quedes ahí, “emborrachándote” de tu emoción, suéltala, y deja que se vaya. Y cuando vuelvas a la calma, que volverás a la calma tarde o temprano, entonces actúas. Con la cabeza fría y el corazón tranquilo. O no actúas. Sigues tu vida normal, ya sin la emoción. No pasa nada. La emoción se irá. Lo prometo. No tengas miedo a enojarte, o estar triste. Es normal, es saludable, es humano. Vivamos nuestras emociones, y aprendamos que, igual que la tormenta, se irán.
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Que mis pensamientos me construyan, no me destruyan.
Escuchaba en un podcast de Durga Steff que las personas de forma “natural” nos vamos cada cierto tiempo a una zona que ella llama nuestro “cuerpo de dolor”, que es esta parte de nosotros mismos que quiere sufrir, que le gusta el dolor, que es medio masoquista, y entonces empezamos a buscar en nuestra cabeza esos pensamientos feos que nos minimizan, nos lastiman, nos hacen sentir pequeños y vulnerables, por el puro gusto de sufrir. Que cuando tenemos días “malos” o algo no salió tan “bien” nos vamos a este cuerpo de dolor a autoflagelarnos aún más, a lastimarnos con nuestros propios pensamientos. Y es totalmente cierto: tenemos días en los que “la mala suerte me persigue y todo me sale mal” y entonces se viene una cascada de pensamientos negativos, dolorosos, que me desacreditan, me lastiman, y me dejan hecha un trapo.
Entonces, he aprendido a identificar cuando mi cabeza se empieza a conectar con este cuerpo de dolor y tengo “ganas” de hacerme harakiri con mis pensamientos. Y me salgo de ahí. En mi diálogo interno me digo a mi misma que ya me di cuenta, y que no quiero ir ahí, y entonces llevo a mi cabeza a otro lado: canto, corro, hago yoga, hablo, escribo, me pongo a trabajar, para no llenarme de estos pensamientos negativos y dolorosos que me destruyan. Cada vez lo llevo mejor. Es un ejercicio que vas dominando conforme lo practicas. El momento más difícil es confrontarte a ti mismo y decirte: ya vi hacia donde quieres ir, ¿en serio quieres ir hacia allá? Y entonces tu solitx con total conciencia decides hacia donde llevas tus pensamientos, más consciente de que te sentirás después de tal o cual manera en función de tu decisión. Dejemos de hacernos daño con nuestros propios pensamientos.
Puedes escuchar el podcast de Durga Steff en Spotify. Se llama “Conversaciones del Alma” y a mi me gusta un montón porque me da una perspectiva diferente de las cosas y me ha dado muchas herramientas, que justo tiene que ver con el siguiente punto:
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Tengo un kit de herramientas. Y lo renuevo seguido.
Por herramientas entendamos todas aquellas cosas SALUDABLES a las que puedo recurrir cuando lo necesito. Hace unos meses me costaba mucho dormir, me daban unos ataques de ansiedad terribles a causa de mis pensamientos y por más que lo intentaba no lograba “cambiar” mis pensamientos y no podía dormir. Cerraba los ojos, dormitaba, y me despertaba de un salto con un nuevo pensamiento en la cabeza y un nudo en la panza. Y después de varios días sin poder dormir, el organismo empieza a alterarse terriblemente. Yo necesitaba encontrar la forma de dormir un sueño profundo y reparador porque a ese ritmo terminaría enfermándome. No recuerdo exactamente qué fue lo que me llevó a leer sobre los cuencos tibetanos. Son estos cuencos de metal que se usan para meditación, para masaje, mara relajar, para sanar, pues cuando los golpeas emiten vibraciones armónicas y profundas que cambian tu propia vibración, transformando tu vibración baja/negativa en una vibración alta/positiva. Y leí como podías poner el cuenco en diferentes partes de tu cuerpo y sentir la vibración, y sanar. Y yo tengo un cuenco tibetano. Así que antes de dormir, hice algunas respiraciones largas y profundas y lo empecé a tocar. El sonido es profundo, retumba en el centro del pecho, y al final se quedan unas notas flotando y tu cuerpo lo sigue sintiendo. Después me acosté, y coloqué en cuenco en el punto físico en el que estarían mis chakras y lo tocaba en cada punto tantas veces como lo sintiera necesario, y finalmente me trajo calma, y pude dormir. Lo repetí todas las noches que lo necesité, incluso Luis se involucró en mi ritual, y lo aplicamos en él también. Y eso me ayudó a volver a dormir. Cuando no puedo dormir y la ansiedad empieza a aparecer, voy por mi cuenco, que siempre esta listo para hacerme vibrar diferente. Escribí un post en Instagram al respecto (puedes seguirme como @bienmecuido) por si quieres leerlo.
Entonces el cuenco esta ahora en mi kit de herramientas para mi bienestar, porque me ayuda a dormir. Cuando tengo problemas de digestión, me tomo en ayunas un vaso de agua tibia, y tomo kombucha. Si mi espalda está muy tensa, hago una pequeña secuencia de yoga con la rueda. Si me duele la planta del pie, me doy masajito con mi pelotita de masajes. Si mi cabeza está inquieta, pongo una playlist de mantras o escucho algún podcast que me haga sentir mejor. Mis hormonas están vueltas locas, entonces como semillas de acuerdo con mi fase del periodo. Y todo esto forma parte de mi kit de herramientas personal.
¿Cómo voy formando mi kit de herramientas? Probando. Leyendo. Aprendiendo. Descubriendo. Escuchando a mi cuerpo. Observando. No hay otra forma, porque lo que me funciona a mi puede que no te funcione a ti, así que no queda más que tener curiosidad, investigar, leer en fuentes confiables información, y aplicarlo. Hago hincapié en que sean cosas saludables porque cuando no nos sentimos tan bien es fácil buscar un escape en unas copas de alcohol, una fumadita de algo que nos relaje. Pero al final solo estaríamos evadiendo nuestra realidad, no estaríamos solucionando nada. Tener un kit de herramientas adecuado para ti, es parte de ser responsable de ti mismo. Y el kit hay que renovarlo, porque a lo mejor lo que antes funcionaba, de repente deja de funcionar. O bien nos descomponemos de otra cosa y necesitamos una herramienta nueva. Tener nuestro kit de herramientas nos ayudará a “arreglarnos” a nosotros mismos.
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Me permito crecer y evolucionar.
Es muy difícil darnos cuenta de que tenemos que hacer las cosas de forma diferente si queremos resultados diferentes. A veces ingenuamente creemos que sentados aquí frente a la computadora los cambios van a ocurrir solo porque lo pensamos. Pero no es así. Los cambios tenemos que generarlos, hacer que ocurran. Si quieres tener mejor salud, necesitarás hacer actividad física, dejar de fumar, y comer mejor. Si quieres vender más, tendrás que tener más producto disponible, buscar clientes nuevos, incursionar en comercio electrónico. Si quieres conectar con la calma, necesitarás encontrar herramientas a través de las cuales puedas hacerlo: meditación, yoga, relajación, e ir a clases presenciales o virtuales para aprender a hacerlo. Tenemos que estar dispuestos a HACER cosas que seguramente nos sacarán de nuestra zona de confort. Y también tenemos que estar dispuestos a CAMBIAR nuestros pensamientos.
Estos paradigmas que tenemos sobre nosotros mismos y nuestras costumbres/hábitos/posibilidades las tenemos tan arraigadas que con frecuencia escucho: “Es que NUNCA puedo lograr esa postura”, “Es que SIEMPRE TENGO QUE tomarme una taza de café para sentirme bien”, “Yo NECESITO apuntar todo porque lo olvido” “NO TENGO coordinación, me cuesta mucho trabajo ese tipo de ejercicios”. Todos estos pensamientos y declaraciones parece que los escribimos en piedra y no nos PERMITIMOS hacerlo de forma diferente, nos ponemos a nosotros mismos el freno de mano ante cualquier posible cambio o evolución, dando por hecho que SIEMPRE, NUNCA, o TENEMOS QUE.
¿Qué pasa si esta vez intentas la postura sin juicios? Tal vez la logres. ¿Qué pasa si dejas de tomar café por las mañanas? Tal vez te reduzca la acidez estomacal. ¿Qué pasa si no apuntas y haces el ejercicio de fortalecer tu memoria? ¿Qué tal si dejas de decirte que no tienes coordinación? Tal vez te sorprenda el resultado. Dejemos de sabotearnos. Dejemos de ser los primeros en descalificarnos. Dejemos de decirnos que no podremos lograr tal o cual porque somos así o somos asa. Podemos ser lo que queramos. Y si alguna cualidad no la tenemos desarrollada, ¿qué crees? Puedes desarrollarla. Y si hay algo que SIEMPRE HACES, ¿qué crees? Puedes ELEGIR NO HACERLO. Y si hay algo que NUNCA HACES, puedes probar hacerlo y ver que pasa. Pero basta ya de que la NO ACCION comience en nuestra mente. Los pensamientos son el principal stopper. ¿Cómo pretendemos llegar a algún lado nuevo si nuestra propia cabeza no nos lo permite? Dejo de decirme que no. Dejo de juzgarme. Dejo de tener ese concepto de mi que he tenido por 40 años, y me permito evolucionar y crecer.
Y claro que todo esto toma tiempo. Claro que los cambios no se logran en un mes. Y claro que damos pasos hacia atrás y regresamos al principio. Pero es parte del show. Es parte de aprender, de estar dispuestos a probar cosas nuevas, diferentes y crecer. Puedes leer este post que habla sobre el cambio, y cómo nos resistimos a él de manera natural, para entonces poderlo enfrentar de una mejor manera.
Es maravilloso ver hacia atrás y darte cuenta que aun cuando en tus 40 no corriste un maratón, has crecido y evolucionado porque decidiste hacerlo. Es muy satisfactorio descubrirte con nuevas cualidades, nuevas herramientas, y también con nuevas posibilidades. Porque eso somos: un mundo de posibilidades. Solo hace falta que creamos más en nosotros mismos, nos tengamos más fe y trabajemos para hacer realidad esas posibilidades. Te comparto este post donde también hago una reflexión de cómo podemos «seleccionar» aquello que nos sirve y lo que no nos sirve para llevarlo en nuestra maleta y seguir creciendo.
Feliz cumpleaños a mi. Me agradezco mi apertura para aprender cosas nuevas. Me agradezco mi disposición para reinventarme y ajustar aquello que siento que necesita un ajuste. Me agradezco no dejarme vencer por las cosas difíciles que ocurren en mi vida y encontrar la forma de salir adelante, más fuerte, más compasiva, más segura. Mi mejor regalo son sin duda los aprendizajes que me hacen construir una mejor versión de mi misma. ¡Feliz cumpleaños a mi!
Gracias por leerme. Un abrazo.
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