Vives en mi

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Un día después de tu partida tenía un entrenamiento de 100kms. Cualquier persona cuerda y en su sano juicio se habría quedado en su casa viviendo su luto y su dolor de una forma más tranquila. Pero yo no podía estarme quieta, ni física ni mentalmente, y decidí salir a rodar.

Luis se negaba a que hiciéramos esa distancia los dos solos, sin custodia, habiendo salido tan tarde, y con mi estado emocional. De hecho el llevo muy pocos insumos para el camino porque el estaba seguro de que no haríamos los 100kms.

Pero yo necesitaba escapar de lo que me estaba pasando, necesitaba encontrar la forma de ya no sentirme así, de lidiar con tanto dolor. Te habías ido. No podía tener en mi vida pérdida más grande que esa. Y dolía hasta lo más profundo de mi ser. Es un dolor que te aplasta, te impide respirar, te tiene fuera de tu cuerpo. Y yo necesitaba salir de ahí.

Así que empezamos a rodar. La rodada empezó tensa, porque Luis y yo estábamos medio enfadados por este asunto de la distancia. Yo tenía pocas ganas de hablar, y me pegué a su rueda. Y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. No dejaba de pedalear para no despegarme, pero no podía respirar de tanto llanto. El viento secaba mis lágrimas, porque no me daba tiempo ni de enjugármelas. Llore todo el camino, con mi cabeza pensando en ti, en nosotros, en mi sin ti, en lo doloroso que sería seguir sin ti, en lo sola que me sentiría (y que estoy) sin ti. Lloraba por ti, pero también lloraba por mi, porque me aterraba la idea de seguir sin ti, de no tenerte, de no abrazarte, de no llamarte, de no olerte. Y me aterraba la idea de estar indefensa,  desvalida y sola.

En un punto del camino, Luis quería regresar. Pero yo seguí pedaleando.

Ahora yo venía al frente, con el viento en contra, rodando como podía rodar entre viento y llanto, a un paso e el que seguro sería más rápido caminar que seguir rodando. Pero yo necesitaba seguir rodando y que el viento se llevara mi dolor, mi tristeza. Necesitaba encontrar la forma de seguir rodando, no solo en esa rodada de 100kms, sino en mi vida. ¿Cómo seguir rodando sin ti? ¿Cómo sigue mi vida sin ti?

Mi garmin marcó 50kms, y entonces di la vuelta. Ahora había que regresar.  El sol estaba ya super alto, quemaba la piel. Hacía muchísimo viento, era una locura seguir rodando. Pero yo solo quería seguir rodando, y encontrar un poco de paz. Pensaba que tal vez el cansancio físico me daría paz, como tantas otras veces lo ha hecho.

No recuerdo si ese día me sentí en paz. No recuerdo mucho más de ese día. Hoy que lo veo en retrospectiva, se que rodar ese día me dio un poco de sosiego. Mi corazón se tranquilizó, y aprendí a encontrarte en el amanecer, a darte los buenos días cada vez que salía el sol y yo estaba rodando. Así, hice todo el entrenamiento para el gran fondo, contigo la mayor parte del tiempo en mi cabeza, y siempre siempre al amanecer te daba los buenos días. Era como si la luz del sol me trajera también tu luz, tu calor.

El día que crucé la meta del gran fondo lloré desconsoladamente: había logrado el reto propuesto, y no estabas tu para llamarte y contarte cómo me había ido.

¿Con quién voy a compartir ahora mis momentos felices y de satisfacción?  Recordé la vez que me contaste que desde que habían muerto tus papás te sentías como una plumita a la que el viento llevaba y traía, sin un lugar al que pertenecieras. Ese día después del gran fondo, yo era esa plumita a la que el viento llevaba y traía, sin un lugar al que pertenecer, porque mi lugar eras tu.

En casa tengo aun un hijito del teléfono (planta) que me diste cuando yo tenía 12 años. Recuerdo que en esa época tu casa tenia ramas de teléfono en el interior hasta el techo, con muchos listones rojos amarrados, porque tu decías que así crecía más. Me diste un hijito y lo puse en el descanso de las escaleras de la casa de Tamagno. Creció enorme. Nos fuimos a vivir a Cd. Del Carmen, y el teléfono se fue con nosotros. Nos mudamos de casa, de ciudad y yo incluso de país, y 30 años después, sigo teniendo un hijito de ese teléfono en mi casa. Creció enorme, precioso, con unas hojas gigantes. Y cada vez que lo veo (que es todos los días porque está en la entrada de la casa) pienso en ti. Así que aprendí a encontrarte también en las plantas. No solo en el teléfono, también en la ruda y el inolvidable olor de mis baños de ruda y alcohol cuando de niña me dolían las rodillas. En los árboles de flor de mayo que tanto te gustaban. En las blancas mariposas y su olor parecido a gardenia.

Cuando cocino, invariablemente recuerdo “que el pollo no debe oler a chuquío y se lava con limón

Tu voz en mi cabeza me lo recuerda cada vez, así como la lista de condimentos que hay que ponerle para cocerlo. Cuando el caldo de pollo rompe el hervor, el olor siempre me transporta a tu casa, a mi niñez y a mis momentos felices. A tu imagen cocinando en la cocina sopita de fideo con higaditos y pechugas empanizadas. Eso eres en mi vida: mi infancia feliz y amorosa. No lo sabía. Estaba guardado en algún lugar de mi subconsciente, hasta que un día recordé el olor a tierra mojada y me llevó al jardín de tu casa. Yo estoy sentada en el escalón de la entrada. Debo tener 4 años. Tu estás regando las plantas. Riendo, cantando, gritando. Huele a tierra mojada. Y te ves feliz. Te ves radiante, sonriente. Y me contagias tu felicidad. Recuerdo de memoria tu forma de regar las plantas, y lavar el patio. Hay música de fondo, porque regar las plantas parece una fiesta. Un hermoso y ruidoso ritual que se hace todos los días. Las rosas, el higo, la plantita con las bolitas que se ponían moradas casi negras, los claveles, el teléfono, la ruda. Y tu espíritu alegre, ruidoso, impetuoso. Tu voz gritando y cantando. Tus risas. Es el momento más feliz y mas perfecto de mi vida. Es lo que significas para mi: alegría, luz, ruido, vida, risas.

Un día leí una publicación que decía que cuando muere un ser amado nos sentimos solos, tristes y abandonados porque creemos que lo hemos perdido para siempre. Pero que, cuando reconectamos con nosotros mismos, volvemos a conectar con nuestro ser amado. Nuestros genes son los genes de nuestro ser amado. Sus acciones, pensamientos, creencias y aspiraciones viven en nosotros. Y para conectarnos con nuestro ser amado, solo tenemos que reconectarnos con nosotros mismos.

Palabras más, palabras menos, esto me hizo reflexionar profundamente sobre lo que ya venía sintiendo de encontrarte en el amanecer, en las plantas, al cocinar. Entendí entonces que vives en mi. Que soy tu alegría, tu risa, la música que escuchamos. Hay tanto de ti en mi, que no estás ausente, estás aquí, en mi. Y así, al saberte en mi, tu ausencia duele menos, y la soledad lo es menos. Deje de sentir ese dolor aplastante que no me dejaba respirar, para respirar mas profundo y llenarme de olores más nítidos, donde alguno de ellos invariablemente me llevará a sacar del cajón algún recuerdo contigo, porque los olores tienen el don de despertar esa memoria emocional que evoca recuerdos. Y tu siempre estabas rodeada de aromas, ya fuera el de tu perfume que me daba dolor de cabeza, o de talco, o a jabón, o a suavitel, o a comida…

Tengo dos millones de recuerdos maravillosos.

Una vida compartida llena de amor, de cuidados, de alegrías, de lealtad, de complicidad. Nunca tuve mayor incondicional, ni quien me amara más que tu. Nunca a nadie le importo verme feliz como a ti. Gracias por amarme tanto. Por hacerme sentir valiosa, amada. Gracias por cuidar de mi toda tu vida, por no soltar nunca mi mano y por enseñarme a ser como soy, y hacerme saber que esta bien ser como soy, que no necesito cambiar nada en mi para ser amada y aceptada. Gracias por enseñarme de alegrías, por enseñarme a ser ruidosa, escandalosa, feliz, por enseñarme que la vida se celebra todos los días. Gracias por esos años en los que solo fuimos tu y yo. Fueron los mejores años de mi vida, y si pudiera elegir un lugar al que volver, volvería a esos años a un eterno abrazo tuyo.

Agradezco el tiempo que la vida nos regaló juntas y en armonía una vez más antes de tu partida. Agradezco enormemente el sentimiento hermoso de que el tiempo no pasó, que siempre fuimos tu y yo juntas, cuidándonos como siempre. Soy inmensamente afortunada por haberte tenido tantos años, y por haber recibido siempre lo mejor de ti. Tu amor y cuidado sin duda construyeron lo mejor de mi. Tal vez por eso es tan sencillo seguirte tendiendo conmigo.

Decido todos los días no dejar que el dolor de tu ausencia me aplaste. Decido llenar mi corazón de tus enseñanzas hermosas y encontrarte en todo lo que hago, así te siento cerca. así sigues aquí conmigo, diciéndome los ingredientes para el caldo de pollo, o diciéndome lo bonito que se ve mi pelito hoy. ¿Ya viste cómo ha crecido?

Te extraño todos los días. Pero solo tengo que mirar dentro de mi, para recordar que vives en mi.

Te amo siempre abuela.

Nota: esta vez las fotos no guardan ninguna relación con el texto, sólo son fotos de momentos con mi abuela.

Gracias por leerme.

Addy.


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Corredora, yogui, triatleta y ahora blogger de bienestar. Experta en Cambio Organizacional. Mercadóloga de profesión, deportista de corazón. Comparto lo que he aprendido en este camino del deporte y la vida sana por si a ti también te sirve.

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