Empecé a practicar yoga hace 8 años: un maestro de yoga que daba clases por la mañana en el gimnasio me enganchó a la posibilidad de hacer cosas distintas con mi cuerpo, y desde entonces no he dejado de practicar.
Dos años después, una lesión en la rodilla por correr me hizo acercarme al yoga de una manera más profunda, con la intención de conocer mejor mi cuerpo, y saber qué hacer para que el dolor de rodilla apareciera cada vez menos. Quería encontrar en el yoga la rutina de estiramientos perfecta que pudiera usar después de correr para mantenerme lejos de las contracturas, y sin dolor de rodilla, y me certifiqué como maestra de yoga. (Aquí puedes leer sobre la lesión de rodilla)
Aprendí de anatomía, de biomecánica, de emociones, de chakras, de acciones sutiles, de respiración (haz click para leer el post) . Y abrí la puerta a un mundo lleno de posibilidades infinitas, y conocimiento ancestral, dispuesto para cuando quisiera tomarlo. Porque claro, con los años he descubierto que tus ganas de aprender van evolucionando conforme lo hace tu práctica, y en diferentes momentos de tu vida te interesan diferentes aspectos del yoga.
Total que en este practicar de yoga me encontré la posibilidad de hacer una segunda certificación como maestra ahora en Vinyasa Yoga, que es un estilo de yoga más fluido, de mayor movimiento, que se adaptaba perfecto a mis necesidades de ese momento. Además esa certificación me permitió ser mucho más cercana a la comunidad de yoga en Mérida, y conocer a los maestros, los espacios, los alumnos. Y es lo que hoy me permite dar clases de yoga todos los días de la semana.
Pero más allá de contarte a grandes rasgos cuál ha sido mi camino en el yoga, quiero compartirte mi reflexión sobre lo que observo cuando estoy en el mat (en el tapete de yoga) y cómo eso guarda una estrecha relación con lo que observo en la vida diaria en nuestros comportamientos, seamos practicantes de yoga o no.
Por ejemplo, me ha pasado con más frecuencia de la que crees, estar en una clase de yoga y notar a practicantes que no escuchan las indicaciones del maestro. Ellos traen su propio guión. No sé si por la rutina de su práctica personal, o porque han tenido prácticas con otros profesores, pero hacen básicamente lo que se les da la gana sin prestar atención a lo que en ese momento les está diciendo el maestro. NO ESCUCHAN. Ellos traen su ritmo personal, y no tienen ninguna intención de conectar con el entorno en el que están practicando, no tienen interés real de experimentar la conexión con los otros alumnos de la clase. El maestro pide que exhalemos y ellos ya están moviendo el cuello. El maestro está empezando a dar las indicaciones sobre como vamos a entrar a la postura, y ellos ya están haciendo la versión más intensa. Se anticipan, se adelantan, “ya se saben” la clase, aunque nunca antes hayan ido con ese maestro.
¿Cuántas veces nos comportamos así en la vida? Anticipándonos a lo que el otro va a decir, terminando las frases de los demás, DANDO POR HECHO que esto va a ocurrir así porque así ocurre SIEMPRE, sin interés real de ESCUCHAR o CONECTAR con el entorno, porque la realidad es que el entorno no nos interesa, ya somos unos expertos en este entorno y lo conocemos como la palma de nuestra mano, entonces, qué flojera poner atención a lo que los demás tienen qué decir, o a lo que se está generando a nuestro alrededor. O sea, obvio que ya sabemos qué va a pasar. Ya sabemos qué postura sigue, ya conocemos la secuencia.
Somos antipáticos, nada nos sorprende y no conectamos con el entorno porque no nos interesa hacerlo.
Y las razones para no querer conectar con el entorno son infinitas: desde traer preocupaciones personales que nos tienen absortos y ajenos a lo que ocurre afuera, hasta un enojo contra el mundo porque hoy todo nos salió mal y no queremos que nadie nos diga lo que tenemos que hacer. Ni siquiera el maestro de yoga.
¿Suena familiar? Si, sin duda. Todos lo hacemos, o lo hemos hecho.
También me ha tocado ver en el mat al practicante que desde antes de intentar por primera vez la postura que está señalando el maestro, hay un alumno que ya puso mil excusas del por qué no le va a salir: “no, es que estoy cansad@. No, es que no me va a salir porque no soy flexible de esa zona. No, es que eso no lo voy a poder hacer porque cuando era chiquita me traumé en clase de gimnasia. No, es que no soy fuerte.
Y hacen el “esfuerzo” de entrar en la postura negando con la cabeza, sin esforzarse en realidad, porque, ¿para qué intentar hacer esa postura si ya se de antemano que no me va a salir?
Literalmente están predispuestos a ni siquiera intentarlo. Ya entran al mat con el freno de mano puesto, sin estar dispuestos a intentar, experimentar, probar. Nivel de apertura cero. Nivel de esfuerzo cero. Porque ya se que no me va a salir. Entonces, ¿para qué lo intento?
¿Cuántas veces te has descubierto a ti mismo diciéndote que NO PUEDES lograr algo antes de siquiera intentarlo? ¿Cuántas veces te das por vencido antes de empezar? ¿Cuántas veces te quejas de tu propia circunstancia de vida? “Admiramos” la circunstancia de vida de los demás, porque claro, los otros lo tienen más oportunidades, más posibilidades.
En realidad lo que tienen “los otros“ son ganas: ganas de intentarlo. Ganas de lograrlo. Ganas de experimentar. Ganas de arriesgarse. Esas mismas oportunidades y posibilidades las tienes tu y las tengo yo. Pero estamos tan ocupados diciendonos que NO a todo, que no nos damos cuenta.
Enfocamos nuestra energía en ver el “COMO NO” en vez de encontrar el “COMO SI”. Y nos esforzamos mucho en comprobar nuestra propia teoría de cómo no nos van a salir las cosas.
Otra cosa que veo con frecuencia cuando voy a clases de yoga, son los practicantes súper exigentes consigo mismos: buscan hacer todo a la perfección, la versión más complicada de la postura, sostenerla por más tiempo, esforzándose al máximo. Mientras más compleja sea la postura mejor. (Checa este post sobre el esfuerzo)
Y si bien es cierto que está muy bien esforzarse, también es cierto que en ocasiones podríamos bajarle dos rayitas a nuestra intensidad, porque hay días en los que nuestro cuerpo necesita una práctica más relajada.
Incluso me ha tocado ver que están haciendo mal la postura, pero están tan intensos intentándola que dejan de escuchar la recomendación de cómo hacerla de la forma adecuada. Pero es que claro, “más sencillo” no es mejor. Mayor esfuerzo, mayor sudor, eso sí que es mejor, eso sí que es practicar yoga adecuadamente.
Esforzarnos está bien. Querer tener una práctica de yoga más intensa está bien. Cuando ya no está bien es cuando no escuchas lo que el cuerpo te está diciendo y te lesionas. Los “resultados” no se logran pasando por encima de tu cuerpo, los verdaderos resultados en yoga vienen de la conexión auténtica con tu cuerpo, desarrollando la conciencia que te indica qué días estás listo para esforzarte al máximo, qué días necesitas una práctica más relajada, qué días es mejor no practicar porque estás cansado/agobiado/o como sea que te sientas.
Intenseamos. En muchas circunstancias de nuestra vida intenseamos. Creemos que tenemos que dar el 110% de nosotros 24×7. Todos los días, todo el tiempo. Y no estoy diciendo que esforzarnos no está bien, por supuesto que no. Esforzarnos es lo que nos hace crecer y sobresalir. Pero hagamos esfuerzos inteligentes. Esos esfuerzos que nos dan resultado, no que nos lastiman.
Te quedas en la oficina sin comer por terminar tal cosa del trabajo, y claro, a las 5 de la tarde ya no soportas el dolor de cabeza. ¿Y cómo para qué te quedaste sin comer? ¿Quién esperas que te agradezca que te quedaste sin comer? ¿No es más sensato ir a comer, y luego regresar con la pila recargada, a continuar el trabajo y hacerlo bien y de buenas? Lo mismo pasa cuando te quedas trabajando hasta altas horas de la noche, sea en la oficina o en tu casa.
A ver, yo entiendo que todos de repente podemos estar saturados de trabajo, si. Pero si eso te pasa todo el tiempo, ojo: no es que te estés esforzando más, es que tal vez te toca revisar si estás organizando mal tu tiempo, o estás perdiendo el tiempo en tus horas laborales y por eso no terminas y tienes que hacer ese esfuerzo extra de quedarte más horas. Enfoca tus esfuerzos. Y enfoca tus esfuerzos en ti, en lo que tu quieres lograr, no en que los demás noten cuánto te esfuerzas. (Lee aquí sobre la importancia de enfocarnos)
Por el lado opuesto está también quien no se esfuerza en lo más mínimo. Quien lleva meses en la clase de yoga sin avanzar. Sin arriesgarse a probar una variación más complicada en la postura, simple y sencillamente porque no quiere hacerlo. El maestro ya pasó a corregirle el brazo 43 veces en los últimos dos meses, y él sigue haciendo la postura de la misma manera, sin haber tomado conciencia de su cuerpo en este tiempo, y tampoco sin avanzar más.
¿En qué punto estás hoy? ¿Cuánto tiempo llevas en el mismo punto? ¿Has evolucionado? ¿Has crecido en tu práctica personal? Y no me refiero al yoga, me refiero a tu vida, a tu trabajo, a tus relaciones, a tus sueños. Es muy cómodo quedarnos donde estamos, sobre todo si estamos “bien”. Y si donde estás hoy es donde quieres estar, está perfecto, no te muevas. Pero si donde estás hoy es donde NO quieres estar, no te sientes a gusto, no te sientes feliz, no te sientes pleno, no te sientes amado, no te sientes valorado, ¿qué haces ahí?
Sal de tu zona de confort. Y como en yoga, te va a costar trabajo, te va a doler el cuerpo, te va a dar miedo caerte o “hacer el ridículo” frente a toda la clase. Si, seguro va a pasar. Pero la satisfacción de esforzarte y seguir el camino que te hace feliz no tiene precio.
Y finalmente también puedo decir con gusto que están los practicantes que están sobre el mat disfrutando su práctica. Poniendo atención a las recomendaciones del maestro, escuchando, probando opciones más difíciles, haciéndolas al principio unos segundos, hasta que su cuerpo se fortalece y logran permanecer más y van evolucionando su práctica. Esos alumnos que logran realmente olvidarse de lo que pasa afuera, y que conectan consigo mismos, que se regalan esa hora para estar ahí presentes haciendo algo que les hace felices, algo que están dispuestos a intentar, sin importar si les sale hoy o no, que están descubriéndose capacidades nuevas, que están trabajando en aquellos aspectos que ya saben que les cuestan trabajo.
Todos deberíamos intentar ser ese practicante. Permitirnos disfrutar de lo que estamos haciendo en este momento preciso, centrándonos en nosotros mismos, en lo que somos capaces de hacer, y también reconociendo aquello que NO somos capaces de hacer para trabajarlo y desarrollar esa capacidad.
Permitirnos experimentar, probar. ¿Nos va a dar miedo? Seguramente si. ¿Nos podemos caer? Sin duda. Y aun cuando te caigas y tengas miedo, la satisfacción de permitirte intentarlo hasta lograrlo, es más grande que todo el miedo que puedas sentir.
Haz un ejercicio de reflexión y auto observación, tratando de ver qué tipo de “practicante de yoga” eres, aun cuando no practiques yoga. Y define qué tipo de practicante quieres ser, y trabaja para lograrlo.
Estoy convencida de que como nos comportamos en la vida, es como nos comportamos en un espacio tan pequeño como el mat de yoga.
En la vida como en el mat.
Namasté.
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