La vida está hecha de momentos.
Momentos increíbles, disfrutables, emocionantes y divertidos. Pero también momentos difíciles, complicados, rudos. De esos momentos en los que el terreno se ve totalmente enlodado, y pareciera que a cada paso corres el riesgo de resbalar y caer.
Este nuevo comienzo no ha sido fácil. Claro, nadie dijo que lo sería. Pero cuando en tu cabeza imaginas una nueva aventura, generalmente no visualizas las complicaciones. O no esperas que habrá TANTAS complicaciones. Tu construyes en tu cabeza una expectativa de cómo se irán dando las cosas y cómo poco a poco estarás más cerca de ver tu nueva aventura cristalizada. Si eres más realista, tal vez te imaginas uno o dos escenarios donde las cosas podrían no funcionar como esperas, y entonces “diseñas” un posible plan de acción alternativo. Pero no arrancamos una nueva aventura pensando en fracasar, en no tener éxito.
Así que cuando las cosas se complican mucho más de lo que imaginaste en tus “escenarios mentales”, aparece la duda, la incertidumbre. ¿De verdad esto es lo mejor? ¿Habré tomado la decisión adecuada? ¿Debería agarrar mis cosas y regresarme?
Yo soy de naturaleza positiva. A lo largo de mi vida he elegido mirar siempre el lado bueno de las cosas, y siempre encuentro el lado bueno en cualquier situación. Elijo pensar que las cosas complicadas que nos ocurren tienen una lección que enseñarnos, y nos preparan para lo que viene, que sin duda será mejor.
Pero, por primera vez, mi naturaleza positiva se congeló
Me sentí perdida. No sabía qué hacer, cómo solucionar, hacia donde dirigirme. Tenía duda de estar tomando las decisiones correctas. Y empecé a sentir miedo.
Miedo de hacer. Pero también miedo de NO hacer. No quería tomar decisiones/acciones, pero luego entonces me daba miedo no hacer nada.
Creo que no me conocía a mi misma en esta situación. Creo que me ha costado mucho verme a mi misma en una situación en la que no se que hacer. Siempre he creído que tengo una “brújula interna”, una “voz interior”, una “intuición” que me dice al oído cuál es el camino que debo seguir. Y hace muchos años que escucho esta voz interior y desde ahí tomo decisiones, así que esta voz se ha empoderado con los años, y es una voz fuerte, poderosa y confiable. Pero esta vez, incluso mi voz interior decidió guardar silencio. Así que me he sentido realmente perdida.
Descubrí, con ayuda de mi siempre presente amiga Carolina, que mi voz no había guardado silencio, sino que se manifestaba menos porque yo estaba escuchando menos. Y estaba escuchando menos porque estaba más preocupada por cumplir con la expectativa, es decir, por hacer aquello que “se esperaba de mi” que por hacer aquello que en realidad yo SENTIA que debía hacer. Pero es que hacer aquello que sentía que debía hacer no iba a cumplir de ninguna manera con las expectativas. Pero, si lo pienso mejor, ¿con las expectativas de quién tengo que cumplir?
Yo elegí este nuevo comienzo.
Yo tomé la decisión de iniciar esta nueva aventura. Nadie me obligó. Nadie me convenció de hacerlo. Fue MI decisión. Entonces, ¿no son acaso MIS expectativas las más importantes? ¿No es acaso lo que yo pienso/siento lo que más debe preocuparme?
Supongo que el miedo, las complicaciones y la incertidumbre generan inseguridad. Y esta inseguridad genera dudas. Y entonces te cuestionas todo. Pero está bien cuestionártelo. Está bien cuestionarte y responderte desde la honestidad: ¿Qué quieres? Y entonces te aterra la respuesta: NO LO SE.
Parálisis.
Pero cuando lo vuelves a pensar, está bien no saber qué quieres. Ok, cambiemos la pregunta ¿Qué NO quieres? Ah, eso es más fácil de responder: no quiero fracasar. No quiero sentirme agobiada. No quiero hacer algo que no se sienta bien, algo que se sienta que hago por obligación y no porque me llena, me hace sentir en expansión y feliz. No quiero estar intranquila. Pero tampoco quiero no intentarlo. Quiero intentar este nuevo comienzo pero tal vez desde una línea de acción que me haga sentir más segura, que me permita sentir con más control de lo que ocurre.
Regreso a Mérida unos días. Regreso a lo conocido, a mi seguridad, a mi comunidad y mi entorno. Y la magia ocurre. Me lleno de energía. Me recuerdo quién soy, y qué es lo que me gusta hacer. Me recuerdo qué es lo que decidí intentar. Me recuerdo que intentar una nueva aventura no significa perder lo que ya tengo, significa construir algo adicional, algo más, algo nuevo. Que no sé cómo será, pero que tiene que hacerme igual de feliz que lo que ya tengo.
Y entonces el panorama se empieza a aclarar un poco.
Tenemos la oportunidad de participar en un evento de Trail Running. Y ese sentimiento de emoción vuelve a aparecer. Vuelvo a conectar con aquello que hago muy bien: recomendarle al corredor algo que le sirva y le haga recorrer mejor sus kilómetros. Me descubro interactuando con naturalidad, sin dudas, convencida de lo que estoy diciendo y haciendo. Ahí está. Esto es lo que quiero, esto es lo que me gusta y lo que me hace feliz.
Este evento de trail es una locura. Es un BackYard Ultra. Una modalidad de carrera en la que recorres un circuito de 6.7kms cada hora. Si terminas el recorrido en 40 minutos, tienes 20 minutos para descansar, comer, hidratarte, cambiarte, y entonces justo a la hora, vuelves a empezar tu recorrido de 6.7kms nuevamente. Y haces tantas vueltas como aguantes. Es un “last man standing” lo que quiere decir que ganará el último corredor que quede en pie.
Hay 65 corredores participando. Y un montón de gente como crew. Hay instaladas casas de campaña. Mesas con muchísima comida. Toldos para darle sombra a todos los que estamos ahí. Cada corredor lleva su propia crew, sus abastecimientos, su comida, sus cambios de ropa.
Es una dinámica distinta a cualquier carrera en la que he participado.
Yo no participo como corredora, pero, como todos los eventos en los que ponemos stand, siempre te involucras en todo lo que ocurre, y observas, y aprendes.
Y me sorprende todo lo que ocurre: los corredores no salen como locos a dar la vuelta en su mejor tiempo, porque la estrategia es resistir tantas vueltas como puedan. Cuando concluyen la vuelta, van a su “lugar” comen, se hidratan, algunos se acuestan, en otros veo como su tripulación les ayuda a quitarse calcetines y tenis, les dan masaje. Hay mucha comunidad, mucho apoyo: estás ahí para ayudarle al otro a lograr su objetivo. Y me parece muy bonito, muy noble.
El speaker anuncia que faltan 3 minutos para la siguiente vuelta, los corredores afinan los últimos detalles y van al punto de salida 10, 9, 8…. Campana, y empieza una vuelta más.
Regresamos a la mañana siguiente, siguen dos corredores en pie. Llevan 26 vueltas.
Me parece increíble la fuerza de voluntad que tienen para seguir corriendo después de que llovió toda la tarde/noche. Todo está enlodado. Para llegar al punto de salida en la mañana nos llevaron en tractor porque el coche se hubiese quedado atascao. Y ellos siguen corriendo. En ese terreno fangoso, con frío.
Pero el paisaje sigue siendo increíble. Su crew sigue ahí pendiente de ellos. Y ellos tienen claro su objetivo: ser el último hombre en pie.
Yo no puedo evitar pensar en que mi vida estas últimas semanas es este terreno, es esta carrera. Hay un paisaje hermoso, pero llueve y todo se pone muy fangoso, parece que no puedes avanzar, que te vas a resbalar en el siguiente paso. Pero de repente sale el sol. El piso se seca un poco. El camino se vuelve ligeramente más fácil. Puedes apreciar las flores que hay por ahí a consecuencia de la lluvia. Y te das cuenta que aunque esté fangoso puedes pasar, con mayor precaución, pero puedes avanzar. ¿Y si te caes? Pues te levantas.
Por muy fangoso que se ponga todo, siempre puedes seguir avanzando.
Puedes confiar en que va a salir el sol y se va a secar un poco el camino. Puedes seguir avanzando. Da miedo pasar por la zona demasiado lodosa, con el agua demasiado encharcada. Claro que da miedo: te puedes caer. Pero no pasa nada. Si te caes te levantas. Estará fangoso un momento, un día o dos. Pero el sol volverá a salir. Se secará el camino. Y tendrás otro momento de sol.
Voy aprendiendo poco a poco que está bien tener dudas. Está bien asustarse y sentir que te paralizas. Es normal que el cambio nos cueste trabajo. el cambio nos reta, nos desafía, nos saca de nuestra zona de confort. Es normal que extrañemos lo conocido, que queramos regresar corriendo cuando las cosas se complican. Las dudas seguirán apareciendo. Los desafíos también. Y siempre podemos decidir seguir, o no seguir.
Es una decisión personal. No hay decisión correcta o incorrecta. Correcto es hacer aquello que se SIENTE bien. Aquello que nos hace sentir pletóricos de felicidad, con el corazón realmente lleno, y en calma. Creo que al final eso es lo que todos buscamos.
Así que aquí sigo, construyendo este nuevo comienzo. Hoy con un más esperanza. Inspirada y con ganas de intentarlo, confiando en que por muy fangoso que esto se ponga, puedo seguir avanzando.
Confío en que así será.
Ya les voy contando cómo avanzo.
Gracias por leerme.
Un abrazo.
Addy
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