Idealizamos correr.
Vivimos como en un eterno enamoramiento de correr. Cuando le contamos a alguien por qué corremos siempre decimos cosas como: “me hace sentir libre”, “es mi espacio conmigo”, “me da paz”, “me conecta conmigo” “me llena de satisfacción”; y nos vemos, por lo menos yo me veo, como en anuncio de revista: guapísima, con una súper postura perfecta, y el aire de la Rosa de Guadalupe en el rostro haciendo que mis chinos vuelen, mientras mis pies están fuera del piso, volando, literal.
La realidad es que correr no es tan romántico. Es una friega. Es doloroso. Cansa. Te deja el cuerpo adolorido. Te reta mentalmente. Te confronta. Te hace querer rendirte dos millones de veces. Es rudo. Difícil. Agotador.
Especialmente cuando ya traes 35 kilómetros en las piernas y estás agotada de tanto esfuerzo continuo. Ya pasaste por 49 intentos de calambre, desde el kilómetro 18 para ser exactos. En el kilómetro 18, veníamos por la calle Ramón Llull, rumbo a la Avenida Taragongers y sentí el primer “aviso” de la presencia de un posible calambre en la pantorrilla derecha. ¡¡Me explotó la cabeza!! ¿En serio me van a empezar los calambres desde el kilómetro 18? ¿Cómo voy a correr todo lo que me falta con calambre?
No entrené para esto.
Los dos días anteriores pasan como película acelerada en mi cabeza para tratar de descubrir qué hice, o qué deje de hacer que me estuviera causando calambres tan pronto. Y lo único que se me ocurre es que el viernes caminé más de lo que debí, después de un viaje larguísimo y una postura incómoda en el avión, en el tren, la cargada de maletas y el jet lag. El sábado descansé tanto como pude, pero si, en la madrugada me despertó el nervio en la panza y una sensación de “pinchazo” en el psoas, que me hizo levantarme a estirar un poco a la 1am. Seguro fue de tanto caminar.
Me enfado conmigo. “Sabías que no tenías que caminar tanto, que había que guardar las piernas…“ Pero en este momento hay que ver cómo prevenir que el calambre aparezca hasta el punto que me paralice, así que me empiezo a tomar las pastillas de electrolitos y las antifatiga un poco antes de lo previsto. En el 21k, sobre la Calle de la Reina, el calambre vuelve a decirme “aquí estoy, no te descuides” y bajo un poco el ritmo. Me da miedo que si sigo al mismo ritmo, el calambre de verdad me contraiga la pantorrilla al punto de tener que parar, porque “se siente” intenso.
Me orillo hacia la derecha.
Cab me anima, y me da de sus pastillas anti calambres. No se ni que son. No las he probado, pero confío y me las tomo. Hace algunos kilómetros Cab me pidio un ketrolaco, porque le dolía el hombro. Cuando se lo dí, se me cayó un gel, y me detuve a recogerlo. Nota mental: no metas y saques cosas de tu running belt más de lo estrictamente necesario. Y qué bendición venir corriendo conun equipo que te puede auxiliar en casos como este.
Regreso: me tomo las pastillas que me da Cab. Lo que sea con tal de que no me de calambre. Esta “prevención anticipada” de mis calambres hace que me acabe toda la dotación de pastillas de electrolitos y antifatiga antes de lo previsto, así que para el kilómetro 35 hace varios kilómetros que no traigo pastillas de electrolitos, ni antifatiga. Nota mental: lleva más electrolitos y antifatiga la próxima vez.
Funciona. El calambre nunca me da del todo. En algún momento se me quita la preocupación del calambre. Nunca bajo el ritmo tanto como para perder al grupo con el que estoy corriendo. Cab, Astrid y Roque siguen cerca de mi. No los pierdo de vista ni me alejo demasiado en ningún momento del recorrido. Ese es el objetivo: no perder al grupo y correr con ellos tanto como me sea posible.
Por eso decidí correr Valencia:
Porque tendría la oportunidad de correr con un grupo que me fuera “guiando”, que me fuera marcando el ritmo. Roque sería el pacer. Y fue mucho más: se ocupó y preocupó por nosotros los 42 kilómetros del recorrido: si el agua, si el ritmo, si te quedas, si no te alejes, cuidado el piso está mojado. Nunca había corrido un maratón “acompañada” por un grupo de personas que corrieran al mismo ritmo que yo y tuvieran el mismo objetivo de no parar hasta cruzar la meta. Pocas veces vi mi reloj. Tan así que olvidé prenderlo cuando arrancamos y lo prendí 700mts después. Entre el estrés de haber perdido a mi equipo en la salida, y replantearme cambiar la estrategia, se me fue el avión y no prendí el reloj hasta 700mts después que me dije: esto ya es el maratón!!!
Si, antes de empezar el maratón nos perdimos un poco, nos separamos y yo no sabía dónde estaban.
Encontrarlos en un mar de 35,000 corredores parecía un poco difícil. Me angustié mucho porque pensaba que tendría que cambiar la estrategia si no los encontraba. Pero para eso había ido a Valencia: para correr con ellos. No quiero cambiar la estrategia, quiero encontrarlos. Angustia en mi panza.
Afortunadamente, después de un par de mensajes de WhatsApp y fotos de nuestra respectiva ubicación, Roque me encontró al empezar y pudimos ajustarnos al plan. Necesitaba confiar en que mi grupo me llevaría a buen puerto. Todo el tiempo me preocupó más tenerlos a ellos cerca y no perderlos de vista que ver mi reloj. Astrid de repente nos ponía sobre aviso si nos alocábamos y acelerábamos el paso más de la cuenta. Yo de repente me acercaba mas a Roque si veía que habíamos bajado el paso. Sin duda todo sumó y fue una gran experiencia correr en equipo. Lo repetiría sin duda.
En el kilómetro 21 pienso en Isa.
Isa corrió conmigo los últimos kilómetros de mi último fondo, del 21 al 30, y fue una experiencia super bonita porque Isa venía pendiente de mi todo el tiempo, no me dejó bajar el ritmo, me trajo incluso a 4:40. Me daba agua, powerade, me cantaba, me echaba porras, me animaba. Y no saben que bonito se siente.
De los recursos mas valiosos que tenemos es el tiempo, y que alguien te dedique su tiempo, para correr contigo, a tu ritmo, siempre pendiente de ti, de verdad no tiene precio. Isa y yo somos amigas desde hace varios años, hemos compartido un montón de experiencias juntas corriendo, pero nunca me había sentido tan querida como en este último fondo. Y ese recuerdo hermoso lleno de amor vino a mi cabeza en el kilómetro 21 y me acompañó hasta el 30. Todo el tiempo intenté acordarme de la canción que venía cantando de porra, pero no lo logré. Cuando terminé el maratón y les grabé un audio, Isa me respondió cantando la canción con la que me acompañó ese fondo, y obvio yo no paraba de llorar. Gracias siempre mi Isa querida.
Pero volvamos a las emociones poco románticas del kilómetro 35:
ya no quiero tomar más agua, ni más electrolitos, y por supuesto no quiero ni un solo gel más. El pensamiento de YA NO QUIERO CORRER MAS pasa por tu cabeza. O por lo menos pasó por la mía. Una enorme sensación de hartazgo y cansancio increíble, de casi pararme.
Pero entonces recuerdas que para eso entrenaste. Para eso estás aquí. Y tu cuerpo SI PUEDE seguir corriendo, lo dijeron las pruebas de rendimiento que tanta certeza me dieron. Solamente faltan 7 kilómetros más. ¡Así que no pares y sigue!!! ¡Y no bajes demasiado el ritmo o se te va el tiempo!!! Me echo toda la botella de agua en el rostro y en la cabeza, como para despertar de mi “trance de negatividad”, me como el que espero sea mi último gel, y sigo. No voy a parar. Eso es seguro. Pero entiendo perfecto esto que tanto se dice de «corre con el corazón«, y no significa que no hayas entrenado, no significa que no te estés esforzando, o que estés improvisando, simplemente significa que los recursos se te están acabando y todavía tienes 7kms por delante. De algo te tienes que agarrar.
Me viene a la mente el recuerdo de una de las primeras carreras en las que subí a pódium:
Jonathan, mi coach de tantos años, venía de pacer y me decía: “Addy, vamos a apretar un poquito más, échate agua en la cara”. Y yo solo seguía sus instrucciones: tomaba el «boli» y me lo echaba en la cabeza, en la cara, iba pegada a sus pies. A los dos o tres kilómetros me decía nuevamente: “Vamos a sufrir un poquito más, échate agua y vamos”. Y sufrí muchísimo. Creo que nunca había entendido el concepto de «sufrir» al correr hasta entonces. Pero el esfuerzo rindió frutos: me subí a podium. En eso venía pensando mientras pasaban los kilómetros.
Y es que la mente tiene que agarrarse a algo para poder seguir corriendo, especialmente en los últimos kilómetros de un maratón, donde ya sientes el cansancio en el cuerpo. Recordar historias bonitas es una gran herramienta para entretenerte mientras sigues corriendo. También he aplicado la de recordar cosas menos bonitas, aquellas cosas que tienes como «pendientes» de resolver, pero las emociones que genera no son tan agradables y entonces las piernas te pesan más, por eso prefiero las historias bonitas.
Así pasan algunos kilómetros más.
Tal vez venimos en el kilómetro 37, la calle Archiduque Carlos. Ya no quiero música, me quito los audífonos. Intento animarme con la porra. Y aunque hay gente alrededor, no son tan ruidosos como quisiera, es decir, gritan poco, y yo tengo poca energía para pedirles gritos o para chiflar. Mi objetivo sigue siendo no despegarme demasiado de Roque, Astrid y Cab.
Aprovecho para echarme tanta agua encima como puedo y tomar bebida isotónica, de la cual después Abigail Cabrera me cuenta daba igual si tomarla o no por lo poco que aporta, pero no importa, efecto placebo. Siento la presencia del conato de calambre en la pantorrilla derecha que ha estado aquí desde hace muchos kilómetros, pero ya no temo que se convierta en un calambre que me detenga, porque no va a ir a más, no se explicar cómo lo se, solo lo sé, así que intento no bajar el ritmo en estos últimos kilómetros.
Hacia el kilómetro 38-39 venimos por la Calle Xàtiva hacia Avenida Colón, una avenida muy ancha, que tiene coladeras a lo ancho de la calle.
No me gustan las coladeras. Siempre evito pasar por las coladeras, me dan un poco de miedo, de inseguridad. Pero no puedo evitarlas. Están a lo ancho de toda la calle, no son demasiado anchas, tal vez 50-60cms, pero recorrerme hasta la izquierda para pasar por el pequeño espacio sin coladera es casi imposible porque vengo a la mitad del carril, y hay muchos corredores. Así que intento dar pocos pasos sobre la coladera. Me da miedo resbalarme sobre el metal de la coladera. Me da miedo que esté dispareja. Me da miedo que se me vaya el pie. Seguro son miedos absurdos, pero bueno… ya traigo 38 kilómetros encima y no me pueden pedir mucha conciencia.
Intento pensar en otra cosa. Ya no quiero correr. Me duele correr. Si me preguntas que me duele, te voy a decir que todo. Pienso en Isa nuevamente, sigo intentando recordar la canción de la porra, pero no lo consigo.
Por fin, como si estuviesen escuchando mis plegarias, aparece el letrero del kilómetro 40
. Wooow!!! Estoy a nada. Literalmente a nada. Si, son dos kilómetros. Pero en este punto prefieres pensar que «no falta nada».
Empiezo a notar mas gente a los lados del carril que está designado para los corredores, como haciendo valla. La gente grita más: “vamos, estais a nada”, “vamos, qué buen ritmo”, “vamos, no pares”…. Globos, aplausos, muy emocionante porque la gente se acerca más a ti, y sabes que de verdad estás a punto de lograrlo. Es esta emoción en el estómago de ya casi pero aun falta un poco y no puedes parar, pero ya casi, ya falta poco, pero ya no quieres correr, pero tienes que seguir, porque ya casi.
Los kilómetros parecen más largos.
Yo sigo sin ver mi reloj, porque claro, además como no lo prendí a tiempo, tampoco viene marcando el kilometraje exacto, y si veo que me hace falta correr más kilometraje, me voy a desinflar, asi que prefiero no ver mi reloj y confiar en que en algún momento el camino volverá a decirme en qué kilómetro voy.
Y entonces, un hermoso letrero de 800mts aparece. Me faltan 800mts. Menos de un kilómetro. 800mts.
Escucho la voz de Luis gritarme: ¡vamos Addy, no pares! No lo veo, pero lo escucho y lo imagino perfecto. Mi muchacho. Regresó al hotel cuando llevábamos media cuadra caminando a la hora de la salida porque olvidé mi buff. Luego volvimos a regresar porque olvidé mis guantes. Le dejé 5 veces mis cosas mientras iba al baño antes de entrar al corral de salida. Me fue a dejar al corral de salida, donde le dije que se me había caído un gel.
En el kilómetro 3.5 le entregue mis guantes y él me dio un gel, preocupado por que yo tuviera todo lo necesario.
Luego en el kilómetro 21.7 lo volví a ver, me dio otro gel que me vino maravilloso porque tenía electrolitos extras y yo, pues calambres, y me preguntó si todo bien. Le dije que no, que tenía calambres: “¿no traes las leg cramps?”, pregunté. No las traía. Y entonces volvió a encontrarme en el kilómetro 29.8 para darme las leg cramps, porque no iba a ser él el responsable de no darme las leg cramps y que yo no terminara por un calambre. Muero de amor. Creo que corrió casi tantos kilómetros como yo ese día. Gracias guapo por cuidar tanto de mi, por preocuparte hasta del último detalle, y por hacer tuyos mis objetivos y ayudarme a lograrlos, aunque eso implique que corras casi un maratón también.
Luis me da las anticalambres, y Roque me pide pastillas.
Yo se las paso. Y cuando me devuelve el frasco de pastillas, me da el frasco y después la tapa. ¡Nooooo! Me regresa el frasco abierto. Por favor nunca devuelvan un frasco de pastillas abierto mientras corren un maratón. Obvio, la tapa se me cayo. Y si yo corría con el frasco de pastillas sonando como maraca, en dos pasos se iban a caer todas las pastillas. Así que metí mi dedo índice de la mano derecha al frasco, para que hiciera de tapa, y abrace el resto del frasco con mi mano.
Cuando me cansaba, agarraba el frasco con la otra mano, le metía el otro dedo y seguía corriendo. Y claro, seguía comiendo pastillas anticalambres. Lo logré y llegué a la meta con el frasco de anticalambres destapado, pero aun con pastillas y lo guardé en una de las bolsas laterales de mi short. Todo estuvo perfecto hasta que luego se me cayeron todas las pastillas cuando fui al baño, porque se me olvidó que traía el frasco abierto en la bolsa del short, pero bueno, es una anécdota qué contar.
Regreso al recorrido:
Escucho a Luis faltando 800mts antes de llegar a la meta, y me vienen a la mente todos estos momentos vividos en el maratón y me gana la emoción y las ganas de llorar porque qué lindo que alguien me procure tanto, pero quiero llorar porque ya no quiero correr, ya quiero parar, pero quiero llegar, pero si quiero lograrlo ¡pero quiero que me abraces! Pfffff, super intenso. Super intenso.
El conteo regresivo de los metros que te faltan para llegar es increíble. 700mts. Parece que vas en cámara lenta. 600mts. Nunca 100mts fueron taaaaan largos. 500mts. La gente sigue acompañándote este recorrido final, gritando, animando. Además, está esta “alfombra” azul turquesa, que no es una alfombra, es una estructura de madera, pero hace que todo se vea espectacular, simula que vas corriendo sobre el agua de Ciutat de las Arts. Super bonito.
Astrid, Roque y Cab vienen delante de mi.
O eso creo. Es el primer momento en el maratón en el que no los veo. Apretaron el paso para cerrar, y los perdí de vista, pero yo no puedo apretar el paso. Yo solo intento no parar.
Una pequeña cuesta arriba. Ya había leído de ella.
Sigue. Ya llegaste.
Veo la meta. El arco negro. El piso azul. Los edificios increíbles a mi lado derecho.
Se me inundan los ojos de lágrimas. Tengo el corazón en la garganta. Un nudo en la panza. Estoy a punto de llegar. Quiero romper en llanto. Pero correr y llorar al mismo tiempo es muy dificil, creeme, lo he intentado muchas veces.
El reloj esta en los últimos segundos de las 3:30 y tantos….
Mi último maratón lo crucé en 3:47… lo que haga menos de eso es ganancia, pero este tamaño de ganancia es espectacular. Te rompes por completo antes de llegar a la meta, porque no crees posible lo que estás a punto de lograr.
Pero es real. Lo lograste.
Cruzo la meta. Paro el garmin. Veo a Roque y a Cab que cruzaron antes. Fotos. Abrazo a Cab y empiezo a llorar.
Ese llanto de satisfacción, de logro, de incredulidad. Ese llanto de sentirte tremendamente orgullosa de ti misma por lo que acabas de hacer, porque sabias que lo lograrías pero no sabías lo que se sentiría lograrlo. Ese llanto por todo lo que te costó estar aquí, viviendo este momento. Ese llanto de agradecimiento, de valentía, de felicidad. Ese llanto que te inunda de emociones, porque la vida como el maratón, es así de intensa, así llena de emociones.
Cab me pregunta si estoy bien. Recupero. Tomamos fotos. Caminamos para recoger la medalla. Me entrevistan. Me ponen mi medalla, vuelvo a llorar.
Tengo frío.
Estoy empapada porque me eche toda el agua que pude encima en los últimos kilómetros para no detenerme, y tengo frío. Afortunadamente compré el “poncho” y me lo dan al salir, así que al menos puedo cubrirme del aire frío para no pasarla tan mal.
Nos dan persimons, o caquis (una fruta naranja que no supe a que sabía porque no la probé), agua, nos entregan una bolsa de finisher, seguimos caminando, obviamente nos dan el plátano más esperado del mundo, y seguimos caminando. Es el momento en el que más extraño a mi comunidad. Daría mi reino por encontrarme rodeada por sus abrazos y felicitaciones. Acabas de conquistar el mundo, y quieres compartirlo con los tuyos, esto es así.
Encuentro a Luis después de caminar un poco y hablar 80 veces por teléfono para entender donde estaba uno y hacia dónde iba el otro. Y lloro otra vez, ahora entre sus brazos. El abrazo de Luis siempre tiene este efecto reconfortante en mi ser. Me hace sentir a salvo, segura. Se que todo terminó. Y que lo logré. Y aunque me duelen las piernas como si acabara de correr un maratón y tengo frío, todo va a estar bien.
Empezamos a caminar de regreso al hotel, porque tenemos que tomar el tren de vuelta a Madrid. Mañana empezamos a hacer el Camino de Santiago, lo que sea que eso signifique para alguien que acaba de correr un maratón.
Pero yo estoy pletórica. Siento que en este momento me puedo comer el mundo, así que no me preocupo demasiado por los 102kms que vamos a caminar.
¿Es una locura? Lo es. Pero, ¿para qué es la vida sino para hacer locuras?
Del arranque del maratón al kilómetro 18 previo a mis calambres recuerdo que sentí alivio cuando el equipo me encontró, (ellos estaban más atrás que yo a la salida y literalmente fui lento hasta que llegaron a mi encuentro); vi a Luis para entregarle mis guantes en el kilómetro 3.5. Nunca me quité las mangas, no me estorbaron. El Buff me lo puse en la muñeca, me sentía totalmente cómoda, nada me lastimaba, nada me estorbaba. Estaba radiante. Disfruté este maratón.
Disfruté cada kilómetro, la sensación del aire frío en el cuerpo.
La temperatura era perfecta. El cielo azul. El aire limpio. Valencia hermosa.
Alrededor del kilómetro 5 vimos a los punteros que ya venían de regreso, para ellos debe haber sido el kilómetro 19, venían volando.
Una hermosa sensación de correr acompañado todo el tiempo, tanto por corredores, con los que llegas a chocar si abres mucho los codos especialmente en las calles angostas, como por gente que está ahí animando. Escuchar el grito de “Vamos México” es un subidón de energía brutal. Gracias a todos los que animan y acompañan. Y obvio acompañada siempre por el equipo con el que compartí esta aventura: Roque, Cab, Astrid, Jimena los primeros kilómetros.
Sin duda es una gran experiencia correr con un grupo de personas con las que entrenaste
Te pueden echar un cable si algo se te atora, y están más pendientes de ti que cualquier otra persona en ese momento. Mil gracias chicos por hacer esta experiencia tan enriquecedora y por ayudarme a lograr mi objetivo, que al final era el objetivo de cada uno que coincidió con el de los demás y que elegimos compartir. Correr con ustedes hizo que pareciera que estábamos corriendo un entrenamiento más, solo rodeados de más gente. Gracias!
Valencia es la suma de muchos factores que van más allá de un ciclo de entrenamiento. Valencia es un sueño hecho realidad. Es demostrarme a mi misma que siempre sigo creciendo como corredora, pero también como persona. Que nunca terminas de crecer, aprender, reiniciar. Y que puedes hacerlo tantas veces como necesites.
Aprendí muchísimo de mi misma entrenando para Valencia. Eso es para mi tal vez de las cosas más importantes y enriquecedoras.
Y me siento inmensamente agradecida por poder cruzar esta meta de la forma en la que lo hice.
Gracias a tod@s los que de alguna manera sumaron (o restaron) para llegar a Valencia. Gracias por formar parte, por compartir, por aportar. Tienen un lugarcito en mi corazón.
Gracias Luisito, por tanto, siempre. Gracias a mi comunidad por ese último fondo que guardo en mi corazón. Gracias Vane, sin ti no habríamos llegado a Valencia, literal. Gracias Isa por correr conmigo los últimos kilómetros de ese fondo, y luego correrlos conmigo de manera virtual. Gracias Jonathan, por darme certeza y por acompañarme durante tantos años para finalmente tener como consecuencia la calificación a Boston. Gracias Clau por cobijarme y confiar en mi. Gracias Roque, As, Jime, Cab.
Que maravilla fuiste Valencia!! En mi corazón siempre!!!
Addy
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